Veinticinco años han pasado desde que Pixar estrenó con bombo y platillo la primera parte de Toy Story, una de las sagas más redituables, exitosas y propositivas de la historia del cine de animación, cuyo mayor acierto fue dinamitar por completo la frontera entre cine animado infantil y cine animado adulto. Esa era (y fue durante veinticinco años) la brillante fórmula de Pixar. Una fórmula que garantizaba productos diseñados tanto para el disfrute infantil como para el disfrute adulto, buscando siempre el santo grial de una película lo suficientemente adulta para incitar el deseo de consumo de los padres, pero lo suficientemente infantil para que los niños quisieran ver la cinta y le dieran a sus padres la excusa perfecta para sentarse frente a una película “para niños”.
lunes, 4 de enero de 2021
Soul (2020)
Veinticinco años han pasado desde que Pixar estrenó con bombo y platillo la primera parte de Toy Story, una de las sagas más redituables, exitosas y propositivas de la historia del cine de animación, cuyo mayor acierto fue dinamitar por completo la frontera entre cine animado infantil y cine animado adulto. Esa era (y fue durante veinticinco años) la brillante fórmula de Pixar. Una fórmula que garantizaba productos diseñados tanto para el disfrute infantil como para el disfrute adulto, buscando siempre el santo grial de una película lo suficientemente adulta para incitar el deseo de consumo de los padres, pero lo suficientemente infantil para que los niños quisieran ver la cinta y le dieran a sus padres la excusa perfecta para sentarse frente a una película “para niños”.
martes, 29 de diciembre de 2020
Top Libros 2020
★ (Abominables)
Por fortuna este año no hubo ninguno
★★ (Malos)
Por fortuna tampoco hubo malos este año
★★★ (Buenos)
20. The Three Body Problem (Liu Cixin, 2008)
★★★★ (Muy Buenos)
★★★★★ (Obras Maestras)
miércoles, 16 de diciembre de 2020
Mank (2020)
viernes, 20 de noviembre de 2020
Vaquero del mediodía (2019)
¿Puede alguien vivo desaparecer? Esa es la pregunta que el periodista y documentalista Diego Enrique Osorno se plantea en ‘Vaquero del mediodía’: el documental con el que intenta localizar a Noyola, elaborando en el proceso de búsqueda una biografía que se construye a través de los sentidos testimonios de aquellos que conocieron al incendiario autor de ‘Tequila con calavera’.
El legendario poeta infrarrealista Mario Santiago Papasquiaro, cuyo carácter quedó inmortalizado en las páginas de ‘Los detectives salvajes’ de Roberto Bolaño, bautizó a Noyola como “vaquero de mediodía”. Sin embargo Noyola no era infrarrealista ni parte de movimiento literario alguno. Noyola fue un hombre que perfeccionó el arte de la autodestrucción. La autodestrucción física y la autodestrucción social. Un hombre odiado por todos al que Octavio Paz declaró como el poeta “más inspirado de su generación”, pero cuya obra más contestataria no fueron sus versos sino su profundo desdén por la existencia.
Osorno elabora un filme profundamente personal, en el que hace a un lado la máxima del documentalista que se mantiene “objetivo” y “ajeno” a la narrativa, para introducirse de lleno en la sentida búsqueda de su amigo. Una búsqueda ejecutada desde los rincones citadinos más oscuros, donde los vagabundos le regalan a Osorno pistas sobre el paradero del hombre que ha dejado de ser hombre para convertirse en mito.
Un mar de voces disonantes dibujan el último retrato de Noyola. Las voces de sus amigos, de sus enemigos, de sus parejas, de sus colegas, y de aquellos que lo reconocen como un cuerpo tirado en un callejón, como un asesino, o como el pendenciero que buscaba a la violencia en los bares más sórdidos de la ciudad.
¿Cómo era en realidad Noyola?: quién sabe. ¿Dónde estará Noyola?: sepa. Pero al menos, sin saberlo, fue el protagonista de un gran documental.
martes, 3 de noviembre de 2020
Borat: Subsequent Moviefilm (2020)
“Ustedes, demagogos, son como los pescadores de anguilas: en aguas quietas no consiguen nada, pero cuando se revuelve el lodo su pesca es extraordinaria.”
Dos mil cuatrocientos años han pasado desde que Aristófanes, el gran comediante ateniense, formuló esas palabras que por un lado nos revelan la inmutabilidad del ser humano, y por otro el ineludible vínculo entre política y comedia.
En el siglo XXI el lodo está revuelto, y los pescadores de anguilas se rellenan los bolsillos con la polarización de un mundo que percibe la realidad en blanco y negro. Un mundo que sale a las calles sin más bandera que la furia. La misma furia que milenios atrás experimentaron hombres que, al igual que ahora, fueron traicionados por otros hombres.
Y es así que, justo como en los tiempos de nuestros ancestros, algunos hombres han escogido al humor como el vehículo filosófico para cuestionar y exhibir esas traiciones consumadas. El humor convertido en una especie de caballo de Troya, que en lugar de guerreros transporta en las carcajadas una carga ideológica mucho más potente que la socorrida solemnidad política.
No sé si Sacha Baron Cohen sea el mejor comediante de nuestros tiempos, pero sin duda es uno de los más valientes. Su metodología performática, sustentada en las tácticas primigenias del cine-guerrilla, sorprende por su potente vínculo con la realidad, y por la intención de retratar a los seres humanos que tienen la (mala) suerte de salir en sus sketches en toda su irredenta humanidad: una humanidad tan delirante que es incapaz de reconocer como satírico el comportamiento de un “redneck” que ensalza a una multitud mediante un cántico que incita al asesinato de sus opositores políticos; una humanidad tan delirante que mira con normalidad el hecho de que un padre lleve a su hija a operarse los senos para cumplir el propósito vital de seducir a un hombre mayor; y una humanidad tan delirante que tiene entre sus líderes más prominentes a un hombre que percibe como procedimiento estándar al sexo como colofón de una entrevista.
Son esos fragmentos de realidad inconcebible los que convierten al segundo largometraje del reportero ficticio Borat en un evento sobresaliente dentro del panorama humorístico contemporáneo. Un evento cinematográfico que a pesar de su sus altibajos, de su falta de pericia narrativa, y de sus deficiencias para disfrazar momentos de ficción forzada, se convierte en una memorable pieza de cine documental, precisamente por su habilidad para capturar los destellos más atroces de la realidad social de uno de los países más “desarrollados” del mundo.
La débil narrativa del regreso de Borat a los Estados Unidos tras haber “humillado” de manera involuntaria a Kasajistán, es una excusa que Sacha Baron Cohen aprovecha para atacar de manera quirúrgica algunos de los temas tabú de lo que constituye el entramado social estadounidense.
El tino de Cohen no siempre es certero, y cuando sus balas se enfocan en las lecciones morales del pasado la narrativa del filme se disloca: véase el forzadísimo encuentro con la sobreviviente del holocausto, o la burda moraleja de empoderamiento femenino que intenta sacar de su encuentro con la nana afroamericana de su hija. Sin embargo los momentos en los que el performance funciona bien valen el boleto (o en este caso la suscripción a Amazon Prime), concluyendo la película con un acto formidable de guerrilla humorística que nos maravilla por la osadía del acto y por el presupuesto del aparato legal que debe tener la película para salirse con la suya.
Mientras escribo esto se están decidiendo las elecciones de Estados Unidos. Si las comedias satíricas tuvieran algún efecto en la vida política del mundo seríamos humanos diferentes a los que vivieron con Aristófanes. No lo somos. La realidad es que batallamos constantemente contra nosotros mismos y contra nuestra naturaleza ineludible.
La belleza de la humanidad es que, a pesar de que nunca ha tenido salvación, hay muchos que aún creen que la tiene, y que el mecanismo para obtenerla es el humor. Brindemos por ellos.
martes, 28 de julio de 2020
Chicuarotes (2019)
lunes, 29 de junio de 2020
Zombi Child (2019)
Cuerpos negros que llegaron de África para trabajar la tierra, cuerpos que con machete en mano y la vista perdida cortaban caña bajo el rabioso sol de la isla caribeña; cuerpos esclavizados y despojados de cualquier atisbo de individualidad mediante un régimen de violencias indecibles; cuerpos transformados en máquinas carentes de humanidad; cuerpos que el colonialismo convirtió en zombis. Sin embargo, a diferencia de sus parientes modernos, la tradición del zombi haitiano está directamente vinculada a la cultura africana vudú, en la que un brujo (el "bokor") podía reanimar cadáveres, tomar control de su voluntad, y someterlos a cualquier tipo de trabajo, metaforizando de forma inmejorable la deshumanización implícita en un sistema de esclavitud.
El director francés Bertrand Bonello recupera en Zombi Child la tradición del zombi primigenio, y a partir de ella elabora una brillante disección del sincretismo multicultural sobre el que se ha erigido esa Francia contemporánea que es al mismo tiempo hija de Voltaire, de Balzac, de las arenas de Costa de Marfil, y del hip-hop africano de Damso.
Dos historias separadas en el tiempo fungen como hilos conductores de la narrativa: la del célebre haitiano Clairvius Narcisse, quien en la primera mitad del siglo XX declaró haberse convertido en zombi, y la de una chica adolescente que llega con su tía a Francia tras la devastación del sismo de 2010 en Haití, y que por azares del destino termina insertada en una escuela para jóvenes económica y socialmente privilegiados. Son esas dos historias en apariencia tan disímiles las que le permiten a Bonello entablar un diálogo entre el presente y el pasado de una Francia construida en buena medida sobre una estructura de cadáveres negros. Una Francia que, como cualquier país, educa a sus élites a partir de un recuento histórico superficial, que maquilla y muchas veces entierra en el olvido los pecados detrás de sus triunfos.
Bonello vuelve a montar un show de un solo hombre al producir, dirigir, escribir, e incluso componer el bellísimo soundtrack del filme, para entregarnos una cinta virtuosa en su planteamiento estético (cortesía del gran cinefotógrafo Yves Cape), correctamente actuada (estupenda Wislanda Louimat), y brillante en la forma en la que carga de significancia política y social a dos sencillas historias de amor. Bonello narra la historia cultural de Francia a través de dos enamoramientos zombi, y al mismo tiempo reflexiona sobre los dos puntos extremos dentro del espectro del amor romántico. La conceptualización del zombi que desea y ama la vida se enfrenta al ideal romántico del sometimiento del ser amado, de la erradicación de su libertad de elección, de su zombificación. Y es con ese planteamiento formidable que Bonello crea una película que irónicamente renueva la visión del zombi moderno a través de la disección de su pasado histórico, un filme que se aleja en todo momento de los clichés y manías propias del género, para pintar un retrato adolescente que nos recuerda con el mayor desparpajo que en la Francia del siglo XXI La Marsellesa se toca a ritmo de hip-hop.