Perdido en alguna parte del desierto de Mojave, Travis, el extraordinario personaje escrito por Sam Shepard y personificado por Harry Dean Stanton, en el que probablemente sea el mejor papel de toda su carrera, vaga con rumbo desconocido entre las formaciones rocosas que dan vida al desierto, vestido con un traje polvoriento, cuya sucia formalidad contrasta con la roja gorra de camionero que corona su cabeza y con las roídas botas de serpiente que apenas separan sus pies del ardiente suelo.
Travis es víctima del amor, pero a diferencia de la mayoría de los corazones rotos que engendra el destino día con día, el de Travis simplemente estalló, perdiendo cualquier deseo por vivir y huyendo de todo contacto social durante cuatro años, hasta que finalmente, gracias al desmayo con el que da inicio la cinta, su hermano, quien había perdido toda esperanza por encontrarlo vivo, recibe el aviso de que Travis ha aparecido casi muerto, amnésico, y completamente mudo, en una estación de servicio.
Con una narrativa que inicialmente dibuja una estupenda atmósfera de misterio alrededor del personaje principal, Wim Wenders construye esta obra magna de la cinematografía a pasos pequeños y desde la más absoluta paciencia, elaborando con gran cuidado la psique de cada uno de los involucrados, al mismo tiempo que presenta uno de los retratos costumbristas más maravillosos que se han filmado sobre la clase media norteamericana.
Es dentro de ese relato, cuya carencia de pretensiones moralizantes lo eleva prácticamente al nivel de tractatus filosófico, que brillan las maravillosas actuaciones de Dean Stockwell, Aurore Clément y en particular Nastassja Kinski, objeto del deseo de Travis, quien balancea a la perfección la impoluta dulzura de la niña inocente y el poderío emocional, heredado de ese otro gran Kinski, de la mujer que ha aprendido a convivir con la frustración de caer presa de su propia libertad.
Filmada desde la brillante cámara de Robby Müller, habitual colaborador de Jim Jarmusch y Lars von Trier, Paris, Texas combina sus grandes aciertos visuales con el espejismo sonoro creado por la guitarra de Ry Cooder, quien da el toque final a esta excelsa road movie, cuyo guión invaluable, escrito por Kit Carson y Sam Shepard, no solo deja fuera cualquier diálogo de relleno, sino que cierra el filme con uno de los mejores monólogos de la historia de la cinematografía mundial.
Metáfora del choque irreconciliable entre la modernidad y el tradicionalismo sureño estadounidense, el romance maldito que Wenders plasma en pantalla se estrella como un puño en el alma del espectador, dejándolo en un estado de marasmo emocional, únicamente sobrellevable por el sentimiento de haber visto una extraordinaria obra de arte, imperecedera, hermosa y prácticamente perfecta.
Travis es víctima del amor, pero a diferencia de la mayoría de los corazones rotos que engendra el destino día con día, el de Travis simplemente estalló, perdiendo cualquier deseo por vivir y huyendo de todo contacto social durante cuatro años, hasta que finalmente, gracias al desmayo con el que da inicio la cinta, su hermano, quien había perdido toda esperanza por encontrarlo vivo, recibe el aviso de que Travis ha aparecido casi muerto, amnésico, y completamente mudo, en una estación de servicio.
Con una narrativa que inicialmente dibuja una estupenda atmósfera de misterio alrededor del personaje principal, Wim Wenders construye esta obra magna de la cinematografía a pasos pequeños y desde la más absoluta paciencia, elaborando con gran cuidado la psique de cada uno de los involucrados, al mismo tiempo que presenta uno de los retratos costumbristas más maravillosos que se han filmado sobre la clase media norteamericana.
Es dentro de ese relato, cuya carencia de pretensiones moralizantes lo eleva prácticamente al nivel de tractatus filosófico, que brillan las maravillosas actuaciones de Dean Stockwell, Aurore Clément y en particular Nastassja Kinski, objeto del deseo de Travis, quien balancea a la perfección la impoluta dulzura de la niña inocente y el poderío emocional, heredado de ese otro gran Kinski, de la mujer que ha aprendido a convivir con la frustración de caer presa de su propia libertad.
Filmada desde la brillante cámara de Robby Müller, habitual colaborador de Jim Jarmusch y Lars von Trier, Paris, Texas combina sus grandes aciertos visuales con el espejismo sonoro creado por la guitarra de Ry Cooder, quien da el toque final a esta excelsa road movie, cuyo guión invaluable, escrito por Kit Carson y Sam Shepard, no solo deja fuera cualquier diálogo de relleno, sino que cierra el filme con uno de los mejores monólogos de la historia de la cinematografía mundial.
Metáfora del choque irreconciliable entre la modernidad y el tradicionalismo sureño estadounidense, el romance maldito que Wenders plasma en pantalla se estrella como un puño en el alma del espectador, dejándolo en un estado de marasmo emocional, únicamente sobrellevable por el sentimiento de haber visto una extraordinaria obra de arte, imperecedera, hermosa y prácticamente perfecta.
5 comentarios:
Me extraña que no tenga comentarios esta extraordinaria reseña. Se nota que ama usted esta película. A mi también me hechizan sus imágenes, sus diálogos, sus paisajes, su música. Es una pelicula muy especial para mi.
He disfrutado leyendo, muchas gracias.
Un saludo
No hay nada que me de más placer que leer un comentario como el suyo. Le mando un fuerte abrazo y espero nos sigamos leyendo.
Saludos.
No he visto esta pelicula... Pero sin duda, por lo que dice esta resena, debe ser un gran filme... Ahora tengo curiosidad de lo que provocara en mi verla.
Marlene, cuando la veas espero me digas qué te pareció. Saludos.
La terminé de ver hace un rato y aún sigo escuchando la guitarra... la historia de ese amor hace que el corazón se estremezca. El guión es perfecto!
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